El año 1994 se estrenaba con un moderado éxito una de las mejores películas sobre baloncesto (entre lo poco que ofrece el mercado) de su época: Blue Chips. El término Blue Chips o Fichas Azules es de común uso en el deporte colegial americano, para determinar a un jugador de High School que se destaca por ser uno de los mejores en su posición y que puede ser potencialmente reclutado por las universidades .
Como se sabe, las reglas de la NCAA (entidad que regula el deporte universitario en los Estados Unidos), no permite que las universidades otorguen prestaciones o incentivos económicos directos, ni de terceros a los atletas, tan solo pueden ofrecer becas de estudio, pero éstas deben estar respaldadas por un historial académico decente.
En la película se expone cómo Pete Bell, el técnico de los Delfines de la Western University de Los Ángeles, busca desesperadamente reclutar lo mejor del baloncesto del High School, pero se topa con que los “chicos objetivo”, no están interesados en seguir una carrera universitaria o siquiera seguir estudiando. La presión por obtener resultados deportivos es muy grande sobre Bell, así que decide darles incentivos económicos por debajo de la mesa, creando un equipo de ensueño.
La vida de Bell se convierte en un infierno cuando los jugadores comienzan a subir más y más sus aspiraciones económicas, tornándose todo en una disputa de egos, sorprendiendo además a uno de sus jugadores más veteranos (quien no había sido atraído por el método de las “recompensas”), vendiendo resultados a los apostadores con el fin de obtener él también un beneficio económico.
Si bien, la película no tuvo mayor trascendencia en el llamado Box Office, además de ser muy criticada por la pobre actuación de Shaquille O’Neal y Afernee Hardaway; ésta si logra retratar muy bien en la realidad y en contrapunto, la necesidad de los estudiantes talentosos de una motivación económica, versus la férrea ética de una organización que quiere mantener el estatus de amateur de sus miembros.
Un caso muy sonado y casi que un pionero en esta demanda, fue el de Eric Crouch, mariscal de campo de la Universidad de Nebraska, quien en el año 2000, “rompería” las reglas de la NCAA al aceptar con motivos publicitarios: un sanduche de jamón y un viaje corto en aeroplano avaluado en $22.77. Crouch sería sancionado deportiva y económicamente por la NCAA, lo que abriría el debate sobre la dureza de la norma.
Este año, la suprema corte de los Estados Unidos zanja la disputa, determinando que el manejo de la imagen, el nombre y su grado de aceptación entre los fans, le pertenecen absolutamente a cada jugador y que, con ello, son libres de explotarlo en su beneficio económico. Es decir que los jugadores pueden convertirse en marcas y explotarlas para sí mismos.
Era inevitable, el mundo ha cambiado bastante en los últimos años, donde cualquiera puede volverse “influencer” desde temprana edad y lucrarse de ello; donde cualquiera puede concebirse como marca y recibir dividendos de ello. La NCAA debía modernizarse en ese sentido y esta resolución es un primer paso.
Un aspecto positivo es el de permitirles a los atletas continuar con su carrera universitaria, lo que prolongaría un poco más su estadía en la liga universitaria, permitiéndoles llegar más maduros y formados al profesionalismo. En el caso de la NBA, tuvimos la experiencia de Tim Duncan, quien rechazó la posibilidad de ser elegido en el Draft de 1995, para poder continuar con su carrera universitaria (como parte de una promesa a su madre recién fallecida). Duncan seria finalmente elegible en 1997 y en él, se notaba una madurez y consistencia muy diferentes a la de otros novatos.
También tenemos en oposición el caso de Andrell Hoard que, en 1997 y tras una gran temporada en la NCAA, ganaría el concurso de clavadas de la liga colegial, haciendo una tremenda demostración saltando desde la línea de tiro libre y volando por encima de un rack de balones (aquellos que se usan en los torneos de triples), lo que lo proyectaba como un gran prospecto para el draft de la siguiente temporada.
Desafortunadamente por un incidente en la final de 1997, Andrell no sería drafteado y optaría por pasar a jugar en la IBL con los Winnipeg Cyclone, donde al menos podría hacer dinero como profesional en lugar de continuar como amateur en la NCAA. Y como Andrell, son muchos los que se van a jugar en ligas exóticas europeas en sus primeros años post NCAA, buscando monetizar su talento, motivados más por la urgencia del dinero que por el crecimiento deportivo.
La nueva resolución inevitablemente traerá beneficios deportivos a la NBA en el largo plazo, mientras que, en el corto, va a beneficiar enormemente la competitividad de la NCAA, mejorando su capacidad para motivar a los Fichas Azules.