En 1949, el mitólogo americano Joseph Campbell, analizaría en su libro El héroe de las mil caras, una constante de las historias épicas de la antigüedad, un patrón que el autor denominaría: el viaje del héroe.
Dicho patrón, arrancaba por lo general con un llamado a la aventura, nos narraría la salida del protagonista de su umbral o zona de confort, una posterior aparición de un mentor, una derrota o caída al abismo, y un posterior resurgimiento tras la transformación, para finalmente ascender con la victoria.
Llamado a la aventura
Habiendo sido la tercera selección del draft de 1984, a un joven Michael Jordan le bastó una temporada para demostrar que estábamos ante el nacimiento de una estrella; su gran efectividad promediando 28,2 puntos por partido y con un altísimo 51.5% de acierto en los lanzamientos eran una carta de presentación más que suficiente, para ser elegido novato del año, y ser incluido en el equipo All-Star de esa temporada. Sin embargo, la grandeza se ratifica con títulos, y ese año los Bulls serían eliminados tempranamente por los Bucks de Milwaukee en la primera ronda de los Play-Offs.
Los Ochenta habían sido dominados por el binomio Lakers – Celtics, quienes serían protagonistas habituales de las finales de esa década, gracias en parte a sus dos grandes estrellas: Erving “Magic” Johnson en Los Angeles, y Larry Bird por los de Boston. Sin embargo, el final de la década parecía cambiar de dueño, en el horizonte emergían los antihéroes del baloncesto, los llamados “Chicos malos de Detroit” dirigidos por Chuck Daly.
El abismo
El equipo de Detroit se había ganado a pulso dicha reputación debido a los métodos poco ortodoxos empleados para desestabilizar la concentración del rival. Si bien contaban con una excelente dupla de guardias, con un prolífico Joe Dumars y un grandísimo Isah Thomas (quien en 1996 fuera seleccionado entre los 50 más grandes de la historia de la NBA), el problema de todo equipo que los enfrentaba era sobrevivir al desesperante juego sucio de John Salley, Rick Mahorn, y un jovencísimo Dennis Rodman, quienes siempre jugaban al filo del reglamento, y con las faltas personales a tope. El equipo se coronó campeón dos veces consecutivas en 1989 y 1990, marcando para los puristas, el fin de la era del juego lírico que representaban jugadores como Clyde Drexler, Dominique Wilkins y el mismísimo Magic Johnson.
Parecía que nadie los podía detener, a pesar que los Bulls los habían vencido en la temporada regular de 1988, con una gran actuación de Jordan. El técnico Daly establecería lo que se conocería como la “Jordan Rule” o la “Norma Jordan”, la cual consistía en detenerlo a cualquier precio y bajo el método que fuera necesario. El siguiente año los de Detroit barrerían con un impresionante récord de 63 victorias y tan solo 19 derrotas en la temporada regular, y derrotarían a los Bulls en la semifinal, activando la Jordan Rule, y dejando inactivo al gran jugador del equipo de Chicago. Posteriormente terminarían liquidando la serie final contra los Lakers (sus verdugos del año directamente anterior) con un contundente 4-0.
El rigor de la dictadura de los “Chicos Malos” de Detroit se hacía sentir en quienes se paraban frente a ellos. Se requería urgente el surgimiento de un héroe.
El maestro, la expiación y el ascenso
En 1989, Phil Jackson, antiguo jugador de los Knicks, conocido como “El Maestro Zen”, tomaría las riendas de los Bulls. Su idea, era armar un equipo y dejar de depender de Jordan. Potencializó a jugadores como Scottie Pippen que había llegado en 1987 como base, y al cual Jackson decidió ubicarlo como alero; le dio más responsabilidad de liderazgo a Horace Grant, y aprovechó la apertura de espacios que generaba Jordan, para que Armstrong o Paxson hicieran con más libertad lanzamientos de larga distancia.
Los Bulls habían mostrado una gran mejora como equipo. Ese año (1989) habrían alcanzado las semifinales, aunque perderían ante los Detroit Pistons 4-2, y en el siguiente (1990) se repetiría la semifinal, esta vez con un 4-3 en contra.
Para 1991, los Bulls finalizarían primeros en su conferencia, con un récord de 61 victorias y 21 derrotas. En los Playoffs, derrotarían en primera ronda al antiguo equipo del entrenador Jackson, los New York Knicks; posteriormente, vencerían 4-1 a los 76ers, para enfrentar de nuevo en la semifinal a los “Chicos Malos” de Detroit, donde no iban a ser condescendientes como en otras oportunidades. Para sorpresa de algunos, los Bulls barrerían con un contundente 4-0 a los Pistons, en una serie tan física como emocionante: el héroe había vencido a su némesis y la lírica había derrotado al anti-basquet, la dictadura había finalizado.
El equipo de Jordan pasaría a jugar la final contra los Lakers, con Magic Johnson a la cabeza. A pesar del triunfo en el primer partido de Los Ángeles, los Bulls harían una gran muestra de resiliencia imponiéndose 4-1 en el total de la serie, la cual acabaría el 12 de Junio de 1991, hace 30 años exactamente, coronando como campeones por primera vez en la historia de la NBA, a los Chicago Bulls.
Jordan seria elegido el MVP de las finales, mientras que Magic Johnson lo sería en la temporada regular. Al final del partido, rumbo a los camerinos, los dos equipos cruzaron sus caminos en el hall, dejándonos una bellísima postal para el recuerdo, con Magic Johnson abrazando a Michael Jordan, como si se tratase de una coronación simbólica del gran jugador de los Bulls, como una bienvenida al Olimpo de los dioses, y hasta como una posta generacional, pues ésta sería la última temporada de Johnson en la NBA.